Una carta para ti

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En mi memoria

 

            El día no podía haber salido más hermoso. Desde su inicio, todos recordaban su cumpleaños. La joven sonreía a cada imagen que le llegaba al móvil. Sus locuelas amigas no dejaban de fotografiarse con poses divertidas.

            Un enamorado joven le dedicó una hermosa poesía. Ella no dejaba la sonrisa ni por un segundo. ¿Qué había hecho la joven para merecer tantas atenciones?

            La delicadeza que mostraba al realizar las tareas. El buen oído que Dios le había dado para escuchar los problemas de sus amigas. Siempre dispuesta para los demás. Aunque la noche le sorprendiera. La dulzura que reflejaba su mirada. Su continua alegría intentando que nadie estuviera a disgusto. Eran algunas de sus virtudes más marcadas.

            Una belleza inusual que te llevaba a recordar las misteriosas indias del Amazonas. Su larga y castaña melena ondulada, un color permanente en la piel que te obligaba a rememorar la canela. Unos enormes ojos castaños recubiertos por onduladas e infinitas pestañas le daban un toque más exótico.

            Todo ello era Anahí. Un ángel en nuestro mundo. Un pequeño ángel al que Dios dejó que morara entre nosotros. Un ser que nos permitió conocer para que cambiara nuestro mundo, aunque fuese por unos pocos años.

            La noche prometía. Sus amigas le habían hecho con cariño una casera tarta. Tan dulce como ella. La cena en el pequeño restaurante fue de lo más divertida. Reían, bebían, nada de alcohol, a ella no le gustaba. Comían, se fotografiaban utilizando las nuevas tecnologías. La cámara digital y el jamás olvidado móvil. Una gran noche. No todos los días se cumplía diecinueve años.

            La puerta de la discoteca estaba repleta pero, no importaba, ella con su gran personalidad y su don de gentes siempre conocía a alguien que las podía pasar.

            Agradecidas, sus amigas la avasallaron de besos y de improvisados halagos. Los jóvenes querían siempre estar cerca de ella para sacarla a bailar. Aunque, de sobra era sabido que su corazón ya estaba ocupado.

            Se hacía tarde. Era buena hora para volver a casa. Las amigas pensaron que un buen pedazo de pizza terminaría con broche la noche. La joven no podía decepcionarlas. Cuando se encontraba en la puerta preparada para salir, una mano la detuvo.

            El joven que siempre había estado enamorado de ella, aunque tenía claro que jamás la tendría, le pidió quedarse. Un “no puede, debo ir con ellas” les apartó para siempre.

            Cinco jóvenes subieron en un pequeño coche alquilado. La juventud, el exceso de seguridad y la imprudencia hicieron que el temeroso conductor no respetara los semáforos.

            Uno tras otro logró saltárselos en rojo sin pensar en las trágicas consecuencias. Uno tras otro hasta que, el autobús consiguió detener su marcha.

            El instantáneo golpe les desvió lo suficiente como para que la farola frenara la excesiva inercia del metal con ruedas. En segundos, el hermoso día de cumpleaños se tornó en mortífera oscuridad. Más oscura que la noche en la que se encontraban.

            Ella viajaba en el medio. Su cinturón no abrochaba. La suerte quiso que estuviera mirando una cartera que se habían encontrado por casualidad en la discoteca. No se percató de nada. Las carcajadas entre las tres chicas que viajaban detrás, cesaron de inmediato.

            La ambulancia volaba. El hospital tenía las puertas abiertas y los celadores, enfermeros y médicos preparados para recibir a sus jamás queridos visitantes.

            Cada una de las jóvenes marchó por un pasillo. Cada médico tenía en sus manos una gran responsabilidad. Todos realizaban su trabajo. Todos, menos uno.

            El único trabajo que le quedaba por hacer al afectado doctor era, confirmar la hora de su muerte. La hora en la que mi pequeña se marchó para volver al lugar del que procedía. El cielo en el que su otra familia la estaba esperando.

            Lo único que nos quedaba era despedirla como se merecía. Entre cánticos, familiares y buenos amigos.

            El tanatorio tuvo que abrir sus puertas traseras. Era tal la afluencia de gente joven que la quiso despedir que, se vieron desbordados. Su juventud, alegría, saber estar y lo buena persona que era, quedó visiblemente demostrado.

            Gracias mi niña por haberme permitido conocerte y formar parte de ti. Aunque sólo fuese hasta tus diecinueve cumpleaños. Mi vida, que sigas cumpliendo desde allí arriba.

                                                                                              En memoria de Anahí. Siempre viva.

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